martes, 28 de junio de 2011
Así en el teatro como en la favela
El que siembra recoge. Y José Antonio Abreu no ha hecho otra cosa que sembrar toda su vida. Sembrar música y acción social; talento y compromiso. Pero puede que nunca sospechara la rentabilidad que podía llegar a sacar a su cosecha.
Estos días está cayendo en la verdadera y desbordante dimensión global de una obra que comenzó a pergeñar hace 36 años en unos garajes de Caracas. El creador del Sistema de orquestas infantiles y juveniles de Venezuela -que fue premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2008- recorre estos días América Latina, en lo que supone una maratoniana gira sin precedentes en la historia de estas formaciones. Lo hace con la Orquesta Simón Bolívar, donde es aclamado junto al director Gustavo Dudamel lo mismo en los grandes teatros -desde el Colón de Buenos Aires al Municipal de Río de Janeiro- que en las favelas que visitó para ver las réplicas de su sistema de enseñanza en Brasil.
Si ayer y anteayer conquistaban al público argentino con la arriesgada Séptima de Mahler y otro programa más rítmico y exuberante que incluía piezas de Ravel (la suite Daphnis y Chloe) y Stravinski (El pájaro de fuego) acompañados por compositores latinoamericanos como Castellanos y Chávez, la pasada semana recorrían barrios conflictivos de Río de Janeiro, São Paolo o Bahia.
Abreu, Dudamel y su joven legión de músicos rescatados de la marginalidad ofrecen... pero también escuchan. Como el pasado viernes en la favela Doña Marta, bajo el Corcobado, en Río. Allí vieron cómo Vivian Brenda Sacramento, de 14 años, tocaba piezas de Mozart sin poder dejar de llorar por la emoción de tenerlos delante. Bailaba, agarraba su violín y se le caían las lágrimas a la vez con un tempo y una armonía conmovedores.
Como se mostraba Fiorella Solares, impulsora de los núcleos y las escuelas de Brasil. Ella es la viuda de David Machado, el hombre que, según Abreu, introdujo a Mahler en América Latina. "Esta casa era un centro de narcotráfico y ajustes de cuentas agujereada por las balas y habitada por los sicarios. Hoy es una escuela de música", comentaba a la puerta, donde recibió la visita de Abreu y Dudamel. La policía, el Gobierno y la alcaldía de Río contemplan la educación musical basada en los métodos del maestro venezolano como un instrumento crucial para pacificar los focos de marginación.
Pero es que el milagro de Abreu se cuenta por cifras. Él ha conseguido formar ahora a 300.000 niños en toda Venezuela. Sus maestros prestan apoyo por toda América. Acuden a dar clase y prestan instrumentos en los sistemas incipientes. Llegan a las aulas donde personas como Valeria Atela forman a 6.000 chicos hoy en Argentina dentro de sus 80 orquestas escuela. No es el mastodonte y la cantera internacional que supone hoy Venezuela gracias a Abreu, pero todo se andará. Ella comenzó en Chascomús (40.000 habitantes). Hoy tiene presencia en Jujuy, Misiones, Corrientes, Buenos Aires... "Los chicos que expulsan de los colegios... Esos son nuestra verdadera materia prima", comenta Valeria.
Ayer ofreció su muestra en el Teatro Colón con 600 niños llegados de varios puntos del país para que Abreu y Dudamel los bendijeran. Son justo la carne y el alma que salva él con la música en un país como Venezuela, asolado por la delincuencia, la inseguridad, el asesinato gratuito. Muchachos agolpados en los ranchos más violentos y castigados de Caracas y todo el país a los que pone un violín, un fagot o las baquetas de un tambor en las manos para que encuentren su camino.
Muchos lo logran y hoy son músicos en grandes orquestas en Europa, en Estados Unidos, o quedan en la Simón Bolivar, la estrella de la corona del sistema, "donde todos sus integrantes dan a su vez clases a los niños y los jóvenes que vienen detrás", asegura José Antonio Abreu.
Los núcleos de Brasil y Argentina cuentan con estudiantes sesudos y comprometidos. Pero todavía les queda un trecho hasta alcanzar el virtuosismo que tienen los venezolanos. Eso también es lo que trata de demostrar la gira bicentenaria. Hasta ahora les ha llevado a Brasil y Argentina y esta semana recala en Montevideo, Santiago de Chile y Bogotá.
Gustavo Dudamel, la joya del Sistema, está al frente de la expedición. El hoy titular de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y director a quien marcan el camino junto a Abreu músicos de la talla de Simon Rattle o Claudio Abbado cree que la clave de ese virtuosismo está en la elección del propio repertorio. La Séptima de Mahler es una de las piezas más ocultas y temidas de su ciclo sinfónico. Pero Dudamel se ha arriesgado a girar con ella en un año que tiene programado acometerlas todas para conmemorar su centenario.
Dudamel, dice Abreu, anda como poseído por Mahler. La culpa es suya. Cuando el chaval de Barquisimeto le dijo que quería dirigir, el maestro le sacó la partitura de la Primera del compositor y le indicó: "Estúdiatela y mañana hablamos". Hoy, con la Séptima, levita: "Esta sinfonía es como el Everest", dice el director. "Una pieza bipolar, una música titánica, un rompehielos. Tiene momentos diabólicos y tenebrosos alternados con otros que son la búsqueda de la felicidad eterna". Y en eso se empeña como un jabato. Los matices, los colores, el juego y la solemnidad que logra de un movimiento a otro resultan deslumbrantes. Escala la montaña y llega con oxígeno de sobra.
Una prueba de tenacidad y virtuosismo que el público latinoamericano les agradece. Es su regalo al continente hermano. La demostración de que su lema, "tocar y luchar", puede hacerles romper todos los abismos que se abren entre la marginación y la salvación.
Fuente: El País
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